Reseña de Pablo Pérez Gándara

El libro que prefiero de Gay Talese es ‘El silencio del héroe’ (Alfaguara, 2013). En el relato homónimo Talese traza un melancólico perfil de Joe DiMaggio, el mítico jugador de los Yankees al que relevó Mickey Mantle. Talese habla del partido homenaje que el club brindó a Mantle con motivo de su despedida: una serie de pancartas colgadas por jóvenes cuyos sueños a menudo se habían hecho realidad gracias al aún joven bateador adornan las gradas.

“Pero también sentados en las tribunas, había hombres de más edad, barrigudos y medio calvos, en cuyas mentes de mediana edad DiMaggio seguía vivo e invencible y recordaban como un mes antes durante una exhibición DiMaggio bateó un lanzamiento y lo mandó a los asientos de la zona izquierda del campo, y de repente miles de personas se pusieron de pie de un salto, como locos, gritando de alegría: el gran DiMaggio había vuelto; volvían a ser jóvenes; era ayer”.

Se preguntarán qué pinta Joe DiMaggio aquí, pero tampoco un festival de fotografía parece el lugar más indicado para proyectar una película. Encima en su sesión inaugural.

Y sin embargo… Tanto la anécdota de DiMaggio como la película de Ostrowski parecen convocar a la nostalgia. Como un conjunto de notas dispersas desfilan ante nosotros imágenes domésticas en Súper 8 que evocan paisajes y familia. La fotografía y el cine, como también DiMaggio, tienen la potencia simbólica necesaria para trasportarnos a otro lugar y otro tiempo. Volvemos a ser jóvenes: hoy es ayer.

Mark Ostrowski no se anda con rodeos: su estilo es directo y el narrador puntea el texto fílmico sin adornos. Es uno de los efectos de la trasposición de país e idioma: de Estados Unidos a España. Otro país y otra lengua. Los Griegos pensaban que el alma no es otra cosa que el aire que entra en el cuerpo y de él sale. También nosotros identificamos la identidad con la palabra. Ostrowski cambia de país y de idioma, pero ¿no es precisamente el modo en que la vida trascurre en otro lugar lo que deseamos descubrir al viajar? La película es un viaje, y en ese tránsito invita a reflexionar sobre distintos temas como la identidad –personal y colectiva-, la pérdida de la inocencia, la ausencia o la educación. El apellido familiar, Ostrowski procede de Polonia y hasta allí viaja persiguiendo una idea vaga: ¿Qué nos une al pasado? ¿Puedes sentir nostalgia por personas que nunca has conocido?

Si pensamos en nuestra tradición cinematográfica (sí, tradición) encontramos respuestas a preguntas próximas: En ‘El desencanto’ Juan Luis Panero dice sentirse más cerca de Octavio Paz que de sus propios hermanos. En ‘El sur’ Estrella evoca Andalucía como promesa. De blanco inmaculado Estrella baila con su padre, como unos novios. Más tarde llegará el divorcio y la evocación. Viaje e identidad al son de Granados.

Pero no teman, Ostrowski no es cáustico ni pesimista. En una secuencia clave oímos como alguien (¿un amigo quizá?) le enseña a cargar la película en una cámara. Es una secuencia que refleja una inmensa curiosidad y un profundo amor por su oficio. La película también vincula la degradación del soporte fílmico con la corrupción del cuerpo y el declive familiar. No hay desesperanza: es la vida. El mejor nutriente del arte es la vida misma. Y nosotros, como el nitrato de las películas somos inflamables. La fotografía es un vano intento de detener el tiempo; pero la fotografía, como DiMaggio, son capaces de hacernos olvidar la calvicie y los kilos de más. Aunque sea fugazmente. Como un sueño.